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La Conquista y sus Consecuencias

La conquista española del suroccidente colombiano fue un proceso largo, conflictivo y profundamente violento. Más allá de las narraciones heroicas que exaltan a los conquistadores, es importante comprender los intereses, estrategias y consecuencias reales de esta expansión colonial. El caso de la fundación de Pasto y la ocupación de los territorios de los Quillacingas, los Pastos y otros grupos indígenas de Nariño permite ver con claridad las múltiples caras de la conquista: desde la ambición territorial hasta el trauma social y cultural impuesto a los pueblos originarios.

Motivaciones

La colonización no fue un accidente ni una simple expedición aventurera. Fue una empresa motivada por el deseo de expansión territorial, la búsqueda de riquezas, el control de rutas comerciales y la subordinación de nuevas poblaciones. Los conquistadores veían los valles fértiles, como el de Atris, como territorios ideales para establecer dominios permanentes. Además, la densa población indígena garantizaba una abundante mano de obra para el sistema colonial que se instauraría después.

También se ha planteado que algunos relatos sobre el oro en poder de los pueblos costeros (como los Tumaco) pudieron incentivar la exploración hacia el interior andino. Aunque muchas veces el “oro” no era literal, estas creencias alimentaban las decisiones estratégicas de figuras como Sebastián de Belalcázar, quien buscaba legitimar su poder fundando ciudades en nombre de la Corona.

Violencia y Despoblación


La conquista fue todo menos pacífica. Aunque algunos documentos intentan mostrarla como una tarea civilizadora, otros testimonios revelan el nivel de brutalidad que caracterizó la ocupación. Algunos cronistas dejaron expuesto los saqueos, represiones y exterminios por los que pasaron los nativos. Pasto, es ejemplo y pasó de tener unos veinte mil habitantes indígenas a apenas ocho mil en pocos años fue un ejemplo claro de esto.

Los métodos de estos conquistadores incluían el uso del hambre, la esclavitud forzada, el castigo ejemplar y el desplazamiento de comunidades enteras. Incluso hay registros que señalan como en la provincia de Popayán se utilizaban indígenas como alimento para perros de guerra  (una imagen atroz pero documentada en algunos relatos).

Justificaciones ideológicas

¿Cómo se justificaba tal violencia? A través de un discurso sistemático que deshumanizaba a los pueblos originarios. Se decía que eran idólatras, ignorantes, borrachos, inmorales, y que adoraban al demonio. Estas descripciones, que hoy entendemos como racistas y funcionales al poder, sirvieron para legitimar su sometimiento, ya que “carecían de razón” y debían ser convertidos a la fe católica.

Estas representaciones se repitieron en numerosos documentos oficiales y cartas de autoridades coloniales, que pintaban a los indígenas como “gente miserable” o “nueva”, incapaz de entender las cosas de la fe. A través de estas narrativas, se naturalizó su explotación y se construyó una imagen del conquistador como redentor.

Encomiendas


Una de las herramientas más eficaces del dominio colonial fue el sistema de encomiendas. En lugar de respetar la autonomía de los pueblos indígenas, estos eran repartidos entre conquistadores como si fuesen propiedad. A los encomenderos se les encargaba cristianizarlos, pero en la práctica, se trataba de trabajo forzado con muy pocas garantías de vida digna.

En la región de Pasto, cerca de 8,000 indígenas quedaron repartidos entre apenas 28 encomenderos. La concentración de poder en tan pocas manos muestra cómo la conquista no solo desestructuró los sistemas tradicionales de vida, sino que instauró una nueva jerarquía basada en el despojo, la dependencia y la violencia estructural.

Un legado difícil de borrar

La conquista no fue un hecho aislado, sino el inicio de siglos de dominación, desigualdad y resistencia. Los pueblos indígenas sobrevivientes no desaparecieron, sino que transformaron sus formas de vida, resistieron de múltiples maneras y dejaron una huella indeleble en la cultura regional. Comprender la conquista desde sus múltiples dimensiones es fundamental para tener una mirada crítica del pasado y construir una memoria histórica más justa.